lunes, 28 de enero de 2013

SANTOS SUAREZ


Por: Lázaro Sarmiento

 
Santo Suárez  es  el lugar donde  he sido más feliz en   mi vida. Yo era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la calle, con  la Vía Blanca y con los  cafés  de la Calzada de  Concha y con mis pulcras  escuelas, la primaria y la secundaria,  construidas  después de la Revolución. También en Luyanó estaban mis amigos de todos los días  que jugaban a hacerse los  héroes del beisbol y  me llevaban al cine Ritz para que aprendiera a fumar a escondidas en el balcony mientras pasaban la película Tigres en alta mar.

Sin embargo,  elegí a Santos  Suarez como  mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías. Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa Catalina.  ! Y qué decir de la esquina donde estaban la cafetería  Niágara con sus sándwiches, el cine con sus estrenos de  los jueves, la pizzería, una  librería  bien surtida y la parada de las rutas 37 y 79 ¡ Yo bajaba por la calle Estrada Palma y siempre  me  detenía   frente a la casa blanquísima de Amelia Peláez  para imaginarme una  vida entre pinturas, plantas y cerámicas . Pero mi fachada preferida era la casita de  madera en la misma calle y que por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, con un  estilo que no es el nuestro pero de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el   gozo expectante y el placer sexual mientras caminaba acompañado hacia la Ward,  la heladería    que  pronto se convertiría en símbolo de mis deseos y  hallazgos.   

Arriba: Casa de Amelia Peláez en la calle Estrada Palama, donde también se levanta la casita de madera que se muestra abajo.

 

RUTAS DE LA INFANCIA


 
El  ATLAS GEOGRAFICO MUNDIAL  DE BOLSILLO, editado en  Praga en 1963, fue el primer libro que  adquirí de niño.  Se lo compré a un vendedor   que  ofertaba  su mercancía  en  la entrada del Hospital La Benéfica, en la Calzada de Concha, en Luyanó.  Luego,  Higinio,   un  joven capitán de barco que visitaba a  mi  familia ,   me  contaba   con  el  Atlas   en  las     manos de  rutas trasatlánticas  y de lejanos puertos que encendían mi curiosidad.   También hablaba de  tormentas oceánicas  y de peces gigantescos. Con el tiempo,  aquel capitán de la Flota Cubana de Pesca desapareció de mi entorno. Y desaparecieron estados  como  la URSS, la  RDA y lo misma Checoslovaquia,  donde  imprimieron  los mapas especialmente para los cubanos.  El Atlas envejeció y el mundo se rejuveneció. Pero no  cambió   mi  nostalgia por las  clases de geografía  cuando Higinio me decía que el mundo cabía en un bolsillo.

sábado, 26 de enero de 2013

LOS PAJAROS.

 

Detrás de esta fachada  disfruté  de una  de las emociones  más intensas   de mi vida como espectador.  En el  cine Los Ángeles, de la calle  Juan Delgado, en el barrio Santos Suárez, pasaban   la película Los pájaros, de Alfred Hitchcock, que en Cuba se estrenó  en 1974. Recientemente volví  a ver esta cinta  pero no pude recuperar  el deslumbramiento de la primera  vez.  Y aunque Los pájaros  no ha perdido  méritos  ante mis ojos,  la emoción ha sido distinta.  Tampoco  la sala Los Ángeles  es la misma de mi adolescencia.  Según me dijeron unos vecinos,  el cine cerró hace años porque unos murciélagos anidaban en su techo (¿homenaje a Hitchcock?) . Nunca más ha proyectado  películas.

domingo, 6 de enero de 2013

LOS REYES MAGOS VENIAN EN LA LIBRETA DE ABASTECIMIENTO.


Muy pocas veces busqué debajo de la cama los juguetes de Melchor, Gaspar y Baltasar los dias seis de enero. Los descubría recién llegaban de la ferretería que estaba en la Calzada de Concha, en Luyanó. Recuerdo algunos de los juguetes que disfruté mediante el sistema diseñado en Cuba en la década de 1960 para que los niños recibieran regalos en su día mágico del año: uno básico, otro adicional y un tercero dirigido.

A un lector no familiarizado con la historia de los avatares cotidianos de esta Isla puede resultarle incomprensible la frase “uno básico, otro adicional...”. En pocas palabras: los padres podían adquirir en las tiendas estatales tres juguetes para cada hijo. El juguete básico era de mayor precio y podía ser una bicicleta, una muñeca, unos patines o un juego de carpintero. Los otros eran de precios inferiores.

Para algunas personas el sistema establecido era agónico. Llegó a incluir turnos por teléfono en el acceso a los comercios. Para otras, la distribución de los juguetes del Día de Reyes por la cartilla de racionamiento establecía una igualdad por decreto mucho más equitativa que tiendas repletas de juguetes y bolsillos vacíos. (1)

Ahora invitar a Melchor, Gaspar y Baltasar a que dejen su regalo debajo de la cama o en un sitio especial de la casa es una decisión condicionada por la economía familiar. Y hacerlo con ostentación en las condiciones actuales de la sociedad cubana puede herir la sensibilidad infantil. Sucede que hay familias que conviven con holgados Reyes Magos. Muchas no.

La manera en que este tema se asume no solo tiene que ver con las posibilidades materiales, sino con la ética y la inteligencia de los padres.

En aquella época de los “juguetes por la libreta” surgieron insatisfacciones, tribulaciones y frustración porque muchas veces el juguete que anhelábamos no era el que nos tocaba .Pero el mundo de los adultos, como el de los niños, no es perfecto. El juguete básico y los adicionales fueron en su momento expresión de principios solidarios y de igualdad social. Esos artículos normados y observados con incertidumbre detrás de los cristales de las vidrieras formaron parte de los sueños y las alegrías de millones de niños cubanos.

(1) Ver Encuesta sobre el Nivel de Vida del Trabajador Agrícola Cubano realizada por la Agrupación Católica Universitaria. Artículo Estructura y miseria del campo cubano (1958)publicado en la revista Carteles, La Habana, 16 de marzo de 1958, pp 38-40, 113-114.
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miércoles, 2 de enero de 2013

ANTIGUOS ASCENSORES EN LA HABANA


Un edificio de la calle Colón entre Prado y Consulado conserva el esqueleto integro de su viejo ascensor en forma de jaula, de los que hubo muy pocos en La Habana. Desaparecieron muchos de los inquilinos contemporáneos de estas armazones pero sus hierros, que un día fueron símbolo de comodidad y modernismo, se niegan a convertirse en chatarra.
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